Ultima Partida.
La tarde del 24 de Octubre descubrí, mientras estaba sentado
al borde de la cama, que tenia dos llamadas perdidas del general Livesey.
Mientras los Jukeboxers tronaban afuera con un grupo de hard rock al que no
conocía, mi cabeza no paraba de darle vueltas a lo que debería de comer más
tarde cuando saliera de caza.
Cuando el general Livesey llamaba, usualmente era un asunto
urgente. Medite durante varios minutos cuan urgente era realmente y si era
necesario que lo llamara. Yo realmente solo quería comer algo y pasar un día
tranquilo. Al cabo de unos 15 minutos, resolví que definitivamente lo mejor era
que devolviera el asunto:
-
General Livesey, Blaylock al habla.
-
¿Conoce a Souless?
-
Creo que si. ¿No es el último campeón de Winds
of Plague?
-
Si, el mismo. Apareció en el último numero de la
revista Gaming Shift. Tal vez eso le de una idea de donde puede hallarlo.
-
¿Debo llevar lo usual?
-
Si.
Colgó. Así era Livesey. Le gustaba darme solo pistas, a veces
al asignar las misiones. Vi el gaban blanco de los Munchblanks en el perchero y
decidí que no iba a perder el tiempo pretendiendo ser parte de algo que había
dejado atrás para este trabajo. Opte por vestirme casual, con una chaqueta de
cuero, una camiseta negra sin ningún estampado, aquel jean oscuro sucio y
viejo, que me había regalado una prima tiempo atrás y unas botas negras. Iban
siendo las 7 pm. Me confundiría con la noche, y nadie me vería llegar.
Sali de casa, dispuesto a enfilar la Cobain Avenue, en cuya
esquina hallaría la librería Hercolobus, en donde solían vender la revista
mencionada por el general. Cuando llegue a la librería me percate de que estaba
mas desierta de lo usual. Solomon Westley, el librero me saludó desde el otro
lado del mostrador en cuanto escucho la campanilla de la puerta:
-
¡Joven Blaylock! ¿Qué lo trae por aquí?
-
El ultimo de la revista Gaming Shift. Busco
información sobre “Souless”.
-
¿Puedo saber que ha hecho?
-
Lo que hace todo jugador profesional de e-sports
cuando no puede ganar. Crímenes cibernéticos. No me lo especificaron muy bien,
pero se que no tiene las manos limpias.
-
¿No anduvo el con K por un corto periodo de
tiempo?
-
Si, creo que si… Jugaban mucho juntos a esa
cosa.
La tristeza comenzó a invadirme de repente. Recordar a K era
como recordar el primer mal viaje de Mescalina hace unos años en la montaña de
Treshkit con un pequeño grupo de los Munchblanks. Una cosa horrorosa, que ni
siquiera pienso describir.
De mis pensamientos me sacó el propio librero, que, tras
bajar y desaparecer por las escaleras del sótano, traía en sus manos una caja
con las revistas sobre variedades y cosas ocultas. En el piso en el que nos
encontrábamos y en el de arriba, solo había libros. Libros de los verdaderos.
-
Aquí esta. Pero no vas a encontrar mucho. No le
hicieron una entrevista como tal. Solo es un pequeño recorte explicando sus
logros, y una foto suya sosteniendo el trofeo del campeonato. Lo usual en los
fanfarrones.
-
Entiendo. ¿Cuánto va a ser?
-
Es tuya, Blaylock. Me ayudaste el otro día a
encontrar el ejemplar de Orwell. Te debo una.
-
Gracias, Señor.
Percibí en la mirada del librero, la misma tristeza con la
que me había encontrado yo, minutos antes. Todo el mundo podía leer y ver
cuando mi ser tenia la apariencia de una botella de Domecq. Cuando me disponía
a salir de la librería, de nuevo hacia la lluvia y hacia la neblina otoñal que
ya comenzaba a aparecer en Bellburn, Solomon Westley quiso advertirme una
ultima cosa:
- Se llama Steven, Blaylock. Es lo único que se dé el. Pasa los días entrenando
en el cibercafé Savant.
-
¿No es el que está al lado del Café Caribou?
-
Si, ese mismo.
-
¿Cómo sabe usted eso, Westley?
-
Pasaba mucho tiempo aquí dibujando, y estudiando
programación, nunca me dijo realmente a que se dedicaba. ¿Conservas el Águila
de Hielo y Fuego?
-
Si. ¿Por qué?
-
Curiosidad nada más. Que yo recuerde, de todos
los Munchblanks retirados que han pasado a buscar algún ejemplar, ninguno
conserva sus armas. ¿Por qué conserva usted los recuerdos?
-
No lo sé, señor Westley. Realmente no lo sé.
Puse la mano en el interruptor de la puerta mecánica. La
puerta se hizo a un lado para hacerse un lado y en cuanto di un paso al frente,
gran parte de mi pie derecho quedo sumergido en un charco. Comprendí que iba a
tener que quedarme en la librería. Yo no detestaba la lluvia, adoraba caminar
debajo de ella cuando era más joven y aún estaba en la tierra. Sin embargo,
cuando estaba de misión, llegar mojado a donde tu objetivo me parecía una falta
de respeto.
El librero se apiado de mi situación:
-
¿Te llamo un Flycloud, hijo? Ese Ciber esta al
otro lado, Blaylock. Llegaras empapado al subterráneo.
Mire al librero con la cara mas extraña que se me ocurrió,
haciendo gala de mis dubitativos ojos negros con los que siempre miraba a todo
el mundo en general.
-
No tengo dinero.
Le dije. Intentando deshacerme de su propuesta lo mas
pronto posible.
-
Va por mi cuenta. Considéralo otra ayuda por lo
del ejemplar de Orwell.
Por un instante, el librero de 65 años, me pareció la
persona más bondadosa del mundo, además de K. Sin embargo, la bondad de K había
desaparecido hace ya bastante tiempo cuando había decidido unirse a un grupo de
rebeldes espaciales que se dedicaban a ir de planeta en planeta, saqueando y
destruyendo distribuyendo panfletos marxistas y había desaparecido sin dejar
rastro.
La nave de color blanco, de la empresa de transportes
Flycloud descendió suavemente al frente de la librería. La portezuela estilo
ala de Lamborghini, se abrió invitándome a entrar. Los sofás de cuero, el depósito
con M&M’s y Ron Capitan Morgan importado directamente de las pocas bodegas
que quedaban abajo en la tierra, me hicieron caer en cuenta de que el librero
había pedido un transporte de primera clase para un viaje de 30 minutos, pero
ya era tarde para preguntarle. La nave ya se había elevado a casi 300m y su
conductor, un cyborg con el brazo derecho metálico y media cara quemada por
unos desechos radioactivos, me saludaba y charlaba conmigo animadamente.
Era un ser triste y apagado como yo. Me contó que Solía
trabajar en la planta nuclear apostada en la otra cara desértica del planeta y
un accidente le había dejado casi moribundo y con el brazo y la cara tal y como
las tenía. En su transporte, sonaba una melodía de chill-out de un grupo
llamado Thievery Corporation. Me dije a mi mismo que los buscaría en cuanto
llegara a casa en la madrugada, puesto que no los conocía de nada.
En cuanto aviste el Cibercafé, le pedí que me dejara al otro
lado de la plaza ya que tenia unas cosas que hacer en el sistema comercial de
Ulkrath, lo cual por supuesto, no era cierto.
Cuando baje de la nave tras un descenso suave y sutil, mire
hacia arriba y para mi sorpresa, me percate de que en esta zona de la ciudad no
había caído ni una sola gota de agua. Error mío, al no haber comprobado el
reporte del clima antes de salir de casa, como siempre solía hacerlo.
Camine por el centro de la plaza, con el arma escondida en
un cinturón del merodeador. Otro recuerdo de los Munchblanks. Ideal para
trabajos cortos como este.
En la plaza, la gente iba y venia con bolsas, algunos se
sentaban en los bancos a tomar algo de cerveza y a comer toda clase de comidas
rápidas. Como era usual, mi figura de 1,65 vestida toda de negro, atraía las miradas
de varios incautos. No era la persona mas alta, pero si la mas habilidosa y por
eso había llegado hasta donde había llegado en los Munchblanks, aunque esa
noche no era una noche muy bonita para recordar mi estatura, ni lo que había
hecho con ellos.
Lo que, si recordaba, era que aquel recorte de Gaming Shift,
mostraba al tal Steven con una capucha amarilla, un bigote y unas gafas
mientras sonreía como un idiota a la cámara. Uno de mis más grandes miedos era
que tuviera una ropa distinta a esa, o no pudiera reconocer su cara, adentro
del local.
Iba a hacer mi entrada triunfal al nivel del subsuelo del
Savant, dedicado solo para los mejores jugadores, cuando recordé el detector de
metales, que habían instalado en la entrada, meses atrás para evitar el ingreso
de herramientas potencialmente peligrosas con las cuales ingresar códigos
maliciosos. Todo un lio.
Extraje el arma del cinturón, junto con un tecno guante, y elevé
un poco el cañón. El arma se comprimió hasta quedar como una pequeña bola de
plástico antiestrés, con la que me fui jugando todo el camino.
En el local, la música electrónica salía de los parlantes
como el rugido de un león. Comencé a repasar las maquinas de arcade entre las
que divisé varios juegos de mi infancia como Joust y Galaga Wars, clásicos como
esos no volverían a aparecer jamás.
Encontré a “Souless”, sentado jugando al Winds of Plague,
con la misma ropa de la foto, en el área de PC Gaming, en el extremo más recóndito
de la sala, solitario. La gente que lo rodeaba, se había dispersado a otros
sitios del subsuelo, o había tomado el ascensor para ir a la zona de comidas
que estaba al nivel de la calle.
Arroje la bola de plástico hacia arriba, y atrape el arma en
el aire, cuando me encontraba a 4 metros de él. Le puse el arma en la parte
trasera de la cabeza, mientras le espetaba con furia
-
¿Ultimas palabras antes de tu ultima partida?
No me había escuchado. En gran parte debido a los cascos
Racer X que llevaba puestos. La maldita cancelación acústica. Se los derribé de
un manotazo, y repetí la pregunta, esta vez todavía mas fuerte.
No volteo a verme. No se inmuto. No podía verle el rostro,
pero era evidente que estaba sonriendo y que quería reír a carcajadas en ese
momento.
Su cuerpo y su expresión se tornaron frías, cuando me
expresó de la manera más insultante posible:
-
Saluda a K de mi parte.
Le dispare con el rayo rojo que le fundió la cabeza en un
instante. El rayo atravesó la cabeza de Steven quemando también la pantalla y
mientras la gente gritaba y se quejaba y corría hacia las escaleras pensando
que se trataba de un incendio provocado por una explosión, yo me mezcle con
ellos, dejando atrás al último campeón de Winds of Plague con sus logros y sus
sentimientos por K.
Sali a la plaza para encontrarme con un montón de gente
llorando de pánico y tosiendo ahogado por la enorme cantidad de humo provocada
por mi gesto, aun absortos en lo que había pasado, sin siquiera haberse dado
cuenta de la responsabilidad de mis actos.
Comencé a caminar de espaldas a la plaza, mirando hacia atrás de vez en cuando
mientras fingía toser, para no levantar sospechas. Me sentía más tranquilo,
pero también aún más cansado y apesadumbrado por las palabras de aquel
hombre.
En aquel instante, decidí que no era una noche para comer,
sino para beber brandy hasta caer dormido.


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